Colombia, la potencia dormida del mundo hispano
- Manuel Galán
- 18 ago
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Actualizado: 19 ago
Colombia es un país con unas condiciones geográficas únicas. Con acceso al Atlántico y al Pacífico, puerta de entrada a Sudamérica, un territorio tan variado como fértil que le permite ser potencia agrícola, además de contar con petróleo y con recursos extraordinarios para convertirse en destino turístico de primer orden. A eso se suma un tamaño respetable: tiene el doble de superficie que España y más población. Es decir, todo para jugar en la primera división de los países del mundo hispano.

No lo digo desde la mirada rápida del turista. Desde 2011 he tenido la oportunidad de presentar propuestas a bancos y grandes empresas de energía y telecomunicaciones, colaborar con universidades y conversar con ciudadanos en Bogotá, Cartagena o en las preciosas ciudades del eje cafetero. Han sido muchos años de observación y de trabajo, y por eso puedo decir que no se trata de una impresión superficial, sino de la visión seria y profunda de alguien que se ha interesado en entender el país con detalle.
Si uno juega con cifras, el ejercicio resulta revelador. Si Colombia tuviera la densidad de población y la renta per cápita en torno al 70% de la de España, su economía podría acercarse a los dos billones de dólares, lo que la situaría entre las quince mayores del mundo, al nivel de Italia o Canadá. No parece un sueño imposible: es un objetivo ambicioso, pero alcanzable en un horizonte de diez o quince años, que significaría un salto gigantesco en bienestar para los colombianos.
Lo que más me impresiona, sin embargo, no está en los mapas ni en las tablas de datos, sino en la gente. Los colombianos son de los más trabajadores que he conocido. Nadie madruga más que ellos. En España lo sabemos bien: más de un millón de inmigrantes colombianos han demostrado ser serios, cumplidores y responsables. Y en mi trabajo con universidades colombianas dentro del Parlamento Global Hispano la impresión ha sido igual de positiva. El capital humano de Colombia es excelente, y esa es quizá su mayor fortaleza. Lo admirable es que esta actitud persiste a pesar de las dificultades: guerrilla, violencia, narcotráfico, inseguridad. Nada de eso ha conseguido desanimarlos. Siguen con ganas de trabajar y de luchar.
Otro aspecto sorprendente es el papel de la mujer. La posición de la mujer en Colombia es, con diferencia, la mejor que he visto en ningún país. Mucho mejor que en España y en buena parte de Europa. Son mujeres preparadas, empoderadas, respetadas, con una presencia natural en la vida profesional, académica y social. La mujer colombiana es una fuerza transformadora que, estoy convencido, será clave en el futuro del país.
Entonces surge la pregunta inevitable: ¿por qué Colombia no termina de levantar el vuelo? Las respuestas son varias. La inseguridad y el narcotráfico han sido lastres constantes. La inestabilidad política y la corrupción frenan las grandes transformaciones. La infraestructura es insuficiente para un país tan grande y diverso. Pero en realidad, detrás de esos problemas visibles está la influencia de los intereses geopolíticos de Estados Unidos, que hace todo lo posible por no reducir —y a menudo incluso incentivar— esas dificultades que frenan el desarrollo de Colombia. A ello se suman factores históricos y regionales: la frontera con Venezuela, que podría ser palanca de crecimiento pero en la práctica actúa como freno; y la pérdida de Panamá, impulsada por los intereses estadounidenses, que limitó la proyección geopolítica del país.
Tampoco ayuda la pasividad española. España podría haber actuado como un gran puente de conexión entre Colombia y Europa, aprovechando los lazos históricos y culturales para abrir mercados, atraer inversiones y generar sinergias políticas. Pero la realidad ha sido distinta: una mezcla de desidia, tibieza política y falta de visión estratégica han hecho que España se limite a ser un socio cordial, sin ejercer nunca el papel de palanca decisiva que habría cambiado la posición internacional de Colombia. Es una oportunidad desperdiciada que pesa mucho en el presente.
La consecuencia de todos estos factores externos se refleja en un problema interno: la resignación de los propios colombianos. Después de tantas décadas de inestabilidad y de injerencias extranjeras, existe una falta de autoestima colectiva, una especie de aceptación resignada de que las cosas son como son y no pueden cambiar. Ese es, en el fondo, el logro más perverso de los intereses estadounidenses y, en parte, de la indiferencia española: un país con un potencial enorme que no termina de creerse capaz de dar el salto que merece.
A esa resignación se suma un lastre adicional: la desigualdad. Colombia arrastra uno de los coeficientes GINI más altos de todo Occidente, lo que significa que la riqueza está muy mal repartida. Esa brecha entre una élite reducida y una mayoría de ciudadanos que luchan por salir adelante limita el crecimiento, desincentiva la movilidad social y refuerza el círculo de frustración y falta de confianza colectiva.
Y, sin embargo, a pesar de todo, Colombia sigue avanzando. En el mundo de la música ya ha demostrado de lo que es capaz, conquistando escenarios globales con artistas como Carlos Vives, Shakira, Juanes o Karol G. En la literatura y el arte ha regalado al mundo a gigantes como Gabriel García Márquez o Fernando Botero. No se trata solo de éxitos puntuales, sino de una capacidad creadora y de una energía cultural que son parte de la identidad colombiana. Ese mismo talento que brilla en la música, la literatura o la pintura puede, con el tiempo, trasladarse también a la economía y la innovación.
Por eso sigo convencido de que el mayor reto de Colombia no está en sus montañas ni en sus selvas, tampoco en las cifras de sus presupuestos, sino en la confianza en sí misma. Si los colombianos logran superar la resignación, si se convencen de que su país puede aspirar a más, el salto será imparable. Porque tienen la geografía, los recursos, la fuerza de trabajo, el empuje de sus mujeres y el talento creativo para situarse, en apenas una década, en la primera línea del mundo hispano y en un lugar destacado a nivel global.




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