top of page

Latinoamérica: ¿enemigo semántico o aliado estratégico?

Cuando hablamos de “Latinoamérica” o “latinoamericano”, a menudo se encienden pasiones. Para algunos hispanistas, es casi un insulto: una etiqueta extranjera, impuesta para borrar el verdadero legado hispánico de América. Prefieren decir “Hispanoamérica”, con el orgullo de quien defiende lo propio. Pero ¿y si esa batalla ya no merece que la sigamos librando?


ree

La historia de las palabras, como la de los pueblos, no es lineal. “Latinoamérica” no nació en un despacho de París ni fue una ocurrencia imperialista de Napoleón III. Mucho antes, ya aparecía en la pluma del colombiano José María Torres Caicedo, que en 1856 escribió el poema Las Dos Américas, y en 1857 lo encontramos también en el nombre del Colegio Pío Latino Americano de Roma, fundado por la Iglesia para formar seminaristas del continente. En ambos casos, el término “latino” hacía referencia al origen cultural común: el mundo católico y grecolatino. Ese mismo año se celebraba el II Congreso Hispanoamericano, convocado para reflexionar sobre el avance anglosajón en el continente y para reivindicar la tradición católica y humanista heredada de Roma, a través de España.


Fue el filósofo uruguayo Arturo Ardao quien más profundamente estudió estos usos, mostrando cómo hasta bien entrado el siglo XX, los propios diarios españoles usaban sin reservas la expresión “América Latina”. El rechazo al término no vino de América, sino que se fue gestando en ciertos círculos académicos y culturales españoles, influidos por el panamericanismo promovido desde Washington y por una visión excluyente de la historia que olvidaba la valiosa producción intelectual e histórica de los pensadores hispanoamericanos.


Pero antes de cerrar esta reflexión, quizá conviene poner las cartas sobre la mesa y mirar con calma los pros y contras de adoptar una postura radical contra el término “Latinoamérica”. Porque si bien la reacción hispanista nace de motivos legítimos, también hay consecuencias que no siempre se miden con claridad.


Por un lado, los beneficios de esta reivindicación son evidentes: defender con firmeza el origen hispano de la civilización americana es una forma de combatir décadas de olvido o tergiversación. Al rechazar la etiqueta “latina”, se denuncia también el intento de Francia —y en parte del mundo anglosajón— de presentarse como herederos o incluso protagonistas en una historia que no escribieron. Además, al insistir en lo “hispano”, se subraya la raíz social católica que dio forma a las instituciones, a la vida comunitaria y al alma profunda del continente.


Pero por otro lado, también hay costes. En pleno siglo XXI, pelear por las palabras puede terminar desviando nuestra atención de los problemas reales que enfrentan nuestros pueblos: desigualdad, desindustrialización, falta de integración regional, debilidad geopolítica. Además, al rechazar el término “latino”, corremos el riesgo de desconectar con millones de americanos que sí se reconocen como tales y que han construido una identidad latinoamericana con fuerza propia. También podríamos estar tirando por la borda un puente valioso: el que nos une con otros pueblos mediterráneos y latinos, como Italia o Rumanía, o incluso con los países de influencia portuguesa, como Brasil, Angola o Mozambique. A veces, en nombre de una pureza histórica, se corre el riesgo de aislarse.


Entonces, quizá la solución no está en rechazar la etiqueta “latino”, sino en apropiárnosla con inteligencia. Si el término ya se usa, si millones se reconocen en él, ¿por qué no darle nuestra propia carga de significado? En vez de corregir a cada periodista que dice “latino”, mostremos que el corazón de esa latinidad está, de hecho, en lo hispano. Y en vez de encerrarnos en la etiqueta “hispano”, ampliemos el alcance de nuestra identidad para que otros —rumanos, italianos, brasileños— también puedan caminar a nuestro lado.


Al final, como decía Marco Aurelio, la sabiduría está en aceptar lo que no puedes controlar y centrar tu energía en lo que sí puedes transformar. Y pelear por una palabra puede que no sea la mejor inversión de nuestro tiempo. Mucho más útil será construir redes, defender nuestra lengua, impulsar la cultura, y hacer que el mundo hispano —o latino, si prefieren llamarlo así— ocupe el lugar que le corresponde en el siglo XXI.


Porque el verdadero poder no está en el nombre, sino en el contenido.



Asociación para la Promoción del Parlamento Global Hispano

Inscrita en el Registro Nacional de Asociaciones

Sección: 1ª / Número Nacional: 624927

NIF: G44749760

Email
info@parlamentoglobalhispano.com

Síguenos

  • Facebook
  • Twitter
  • YouTube
Varios PGH (53).jpg

Contacta con PGH

Gracias por tu mensaje

Suscríbete a nuestras noticias

Gracias por suscribirte

© 2022 Asociación para la Promoción del Parlamento Global Hispano

bottom of page