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La metodología civilizatoria que puede salvar a occidente (y que llevamos ignorando 200 años)

El mundo se está desmoronando, pero nadie mira en la dirección correcta.

Gastamos trillones en muros, fronteras, sistemas de vigilancia y contención. Dedicamos ejércitos de expertos a "gestionar la amenaza migratoria", a "contener a China", a "defender nuestra identidad". Hemos construido un planeta donde cada problema se resuelve con más separación, más distancia, más recursos invertidos en mantenernos alejados de los "otros". Y mientras tanto, la casa arde.


No es sostenible. No es inteligente. Y, sobre todo, no es inevitable.



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Existe otra forma de construir civilización. No es una fantasía utópica ni una teoría de laboratorio. Es una metodología que funcionó durante 4.000 años, que integró pueblos de tres continentes, que creó las estructuras legales, económicas y políticas más duraderas de la historia humana. Una forma de pensar que resolvió problemas similares a los nuestros —globalización súbita, encuentro con lo radicalmente diferente, necesidad de normas para realidades nuevas— con una efectividad que hace palidecer nuestros torpes intentos actuales.


El descubrimiento


Llevo años trabajando con el Parlamento Global Hispano (PGH), una iniciativa que reúne a personas de todos los países hispanos interesadas en comprender el legado de la civilización hispana más allá del folclore y la nostalgia. Al principio, como muchos, pensaba que se trataba de reivindicar una identidad, de rescatar un orgullo maltratado, de defender símbolos y tradiciones. Algo respetable, quizás, pero limitado en su alcance y relevancia práctica.


Me equivocaba por completo.


Lo que he destilado tras años de trabajo es algo radicalmente distinto: la hispanidad no es una identidad cultural, es una metodología civilizatoria. Y no cualquier metodología, sino la heredera directa de la tradición más exitosa y duradera en la historia de la especie humana: la que va desde los sumerios hasta Manila, pasando por Fenicia, Grecia, Roma y España.


El momento de claridad llegó cuando dejé de preguntarme "¿qué tienen en común los pueblos hispanos?" y empecé a preguntarme "¿cómo resolvieron los españoles del siglo XVI problemas que nadie había enfrentado antes?". La respuesta no estaba en la religión, ni en la lengua, ni en la cultura. Estaba en una forma específica de pensar sobre cómo construir civilización: cómo integrar lo diferente en lugar de separarlo, cómo actualizar normas ante realidades nuevas en lugar de aplicar dogmas rígidos, cómo usar la ciudad como herramienta de orden en lugar de como fortaleza de exclusión.


Y entonces vi la conexión más profunda: esa forma de pensar no era exclusivamente española. Era la misma que habían usado los romanos cuando expandieron la ciudadanía a todos los habitantes del imperio. Era la misma que habían usado los griegos cuando construyeron el concepto de cosmopolitismo. Era la misma que habían usado los fenicios cuando tejieron redes comerciales que conectaban pueblos radicalmente diferentes sin aniquilarlos.


España no inventó nada. España heredó, absorbió y actualizó una tradición de 3.000 años. Y la llevó más lejos que nadie: desde el Mediterráneo hasta América y Filipinas, creando por primera vez en la historia una civilización verdaderamente transcontinental basada en integración, no en dominación colonial de estilo anglosajón.


Esto no es una cuestión de orgullo nacional. Es una cuestión de supervivencia de la especie.


La Civilización Occidental Vertebral (COV)


Propongo un concepto: Civilización Occidental Vertebral (COV).


La COV es la línea civilizatoria continua que va desde Mesopotamia hasta América y Filipinas. No es una cultura específica. No es un conjunto de valores abstractos. Es una metodología de construcción civilizatoria caracterizada por rasgos específicos:


1. Acumulación, no adanismo: La COV nunca empieza de cero. Cada civilización dentro de esta línea absorbió lo anterior, lo adaptó, lo mejoró. Los griegos tomaron de fenicios y egipcios. Roma tomó de griegos y etruscos. España tomó de Roma, de Al-Andalus, de todo el Mediterráneo. La profundidad histórica es poder civilizatorio.


2. Integración, no separación: La COV expandió sistemáticamente el "nosotros". Roma convirtió a bárbaros en ciudadanos. España mestizó poblaciones de tres continentes. El diferente no era una amenaza a contener, era una oportunidad de expansión civilizatoria. La intimidad con el diferente —no el multiculturalismo que perpetúa distancias— es el rasgo distintivo de esta tradición.


3. Actualización normativa ante realidades nuevas: Cuando España se encontró con América, los teólogos de Salamanca no aplicaron dogmas medievales. Pensaron desde cero las normas para un mundo globalizado que nadie había imaginado: derecho internacional, derechos humanos universales, teoría económica del valor subjetivo, legitimidad del tiranicidio, equilibrio entre lo público y lo privado. En el siglo XVI.

4. Dos grandes líneas de contacto: terrestre y marítima: La COV es la convergencia de dos grandes flujos de integración: la línea terrestre euroasiática desde Mesopotamia, y la línea marítima del Mediterráneo que se expande al Atlántico y el Pacífico hasta Manila. El mar no fue barrera, fue autopista. La COV es fundamentalmente una civilización de flujo y conexión, no de fortificación y aislamiento.


5. Ciudad como herramienta civilizatoria: Desde Mesopotamia hasta las fundaciones españolas en América, la ciudad fue el instrumento básico de orden. No ciudades-fortaleza para defenderse, sino ciudades-nodos que organizaban territorios, integraban poblaciones y generaban derecho.


6. Religión como cohesión, no como amo: En la COV, la religión sirvió para cohesionar, para dar marco común de valores. Pero nunca dominó al poder político. El poder político forjó la doctrina religiosa que necesitaba para su proyecto civilizatorio. Roma con sus dioses. España con Salamanca moldeando la doctrina social católica en el XVI.


La COV vertebró el mundo conocido durante 4.000 años. Desde los códigos sumerios hasta las Leyes de Indias. Desde las ciudades fenicias hasta Manila. Una columna vertebral civilizatoria que absorbió shocks, integró diferencias, actualizó normas, sobrevivió a colapsos parciales y siguió creciendo.


Hasta que una ruptura finalmente triunfó.


La ruptura que domina el presente


Mientras esa metodología civilizatoria vertebraba el mundo durante milenios, apareció una alternativa. Una visión periférica, nacida en una isla sin profunda herencia mediterránea, que construyó su imperio desde el miedo al diferente. Esa visión —la anglosajona— se convirtió, desde el siglo XVIII, en el "sentido común" universal. Y es precisamente esa visión la que nos tiene al borde del colapso en el siglo XXI.


El modelo civilizatorio anglosajón —basado en separación, contención y miedo al diferente— está colapsando bajo el peso de su propia lógica. El gasto en fronteras es insostenible. La "contención de China" es un delirio geopolítico. Las políticas migratorias basadas en exclusión generan más conflicto del que resuelven. El planeta está interconectado, pero seguimos pensando con herramientas del siglo XVIII diseñadas para aislar, no para integrar.

Mientras tanto, existe una tradición civilizatoria completa —la COV— que resolvió exactamente estos problemas durante milenios. Y nadie la está considerando.


La oportunidad


¿Cómo pensarían Francisco de Vitoria, Juan de Mariana o Francisco Suárez ante la globalización digital? ¿Qué normas construirían para la migración masiva? ¿Cómo equilibrarían lo público y lo privado ante corporaciones globales más poderosas que Estados?

No se trata de aplicar sus respuestas del XVI. Se trata de usar su metodología de pensamiento. Y esa metodología —heredada de Roma, de Grecia, de todo el Mediterráneo— es superior a la que actualmente domina el pensamiento occidental.


La metodología de integración que construyó la COV es exactamente lo que necesitamos en un planeta donde todos los grandes problemas —cambio climático, migraciones, desigualdad, gobernanza global— requieren expansión del "nosotros", no su contracción defensiva.


Si dejamos de gastar recursos en separarnos y los redirigimos hacia integrar, la energía civilizatoria liberada sería brutal. Menos conflicto geopolítico estructural. Más prosperidad distribuida. Mayor viabilidad de supervivencia planetaria a largo plazo.


No es utopía. Es la metodología que ya funcionó durante 4.000 años. Solo necesitamos recuperarla y actualizarla.


Tu turno


Este análisis es solo el inicio de una conversación necesaria. Si algo de lo que has leído resuena contigo —o si crees que estoy completamente equivocado— me interesa saberlo. La discusión sobre el futuro civilizatorio de occidente no puede seguir siendo un monólogo anglosajón.


Comenta: ¿Ves esta continuidad civilizatoria? ¿Reconoces la metodología de separación dominante? ¿Crees que es posible —y necesario— recuperar otra forma de construir civilización?


 
 
 

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