La Unión Hispana: ¿para qué?
- Manuel Galán
- hace 2 días
- 4 Min. de lectura

Últimamente se habla mucho de una posible "Unión Hispana", una especie de réplica de la Unión Europea pero para los países de habla española. La idea seduce a muchos, indigna a otros y, sobre todo, genera debates interminables sobre qué nombre ponerle, qué bandera usar y cómo organizar las instituciones. Pero hay una pregunta que rara vez se plantea con claridad: ¿para qué?
Porque si el objetivo es tener un himno bonito y una foto de familia en la que todos sonríen, la respuesta es fácil: pongámonos de acuerdo, imprimamos las banderas y asunto resuelto. Pero si lo que buscamos es prosperidad real para 600 millones de hispanos, entonces necesitamos hacernos preguntas más incómodas.
Tres realidades que no podemos ignorar
La primera realidad es que la diáspora hispana tiene más poder que muchos países enteros. Solo en Estados Unidos hay más de 50 millones de hispanos cuyo PIB combinado supera los 2,8 billones de dólares. Eso los convierte en la quinta economía del mundo, por delante de España y de varios países hispanoamericanos juntos. Y no hablamos solo de Estados Unidos: hay millones de hispanos en Europa, Asia y Oceanía con capacidad de inversión, influencia política y conexiones globales. Cualquier modelo de integración que excluya a la diáspora porque no vive en un "país hispano" está tirando por la borda su activo más valioso. La hispanidad no es un territorio, es una red global.
La segunda realidad es que ninguna unión de este tipo se consigue sin una base económica sólida y sin el respaldo de las fuerzas reales de la economía global. La Unión Europea no nació con el Tratado de Maastricht en 1993. Nació 42 años antes, en 1951, con la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Francia y Alemania acababan de destruirse mutuamente en dos guerras mundiales. Estados Unidos empujaba con fuerza porque necesitaba un bloque fuerte frente a la Unión Soviética. Y lo más importante: había un proyecto económico fundacional con beneficio inmediato y medible para todos. Integrar carbón y acero significaba hacer imposible una nueva guerra y, de paso, ganar competitividad industrial. No fue idealismo, fue pragmatismo brutal.
¿Qué tienen los hispanos? No hay una amenaza existencial que obligue a cooperar. No hay una superpotencia empujando la integración (más bien al contrario: a Estados Unidos y a China les conviene negociar con 20 países débiles por separado). No hay un proyecto económico fundacional que genere beneficios inmediatos. Y, sobre todo, no hay élites políticas ni económicas alineadas en ese objetivo. Las que existen están muy cómodas en el statu quo.
La tercera realidad es que el modelo territorial del siglo XX no funciona para una civilización global del siglo XXI. La Unión Europea se construyó sobre la idea de Estados-nación con fronteras claras, ciudadanía vinculada a un pasaporte y control territorial. Los hispanos somos otra cosa: 600 millones de personas dispersas en más de 40 países, con una identidad que no depende de un documento oficial sino de una lengua, una cultura y una historia compartidas. Intentar replicar el modelo europeo es como intentar meter el océano en una botella.
El verdadero camino: red, no bloque
Si aceptamos estas tres realidades, la conclusión es clara: lo que necesitamos no es una Unión Hispana, sino una red hispana. No un bloque territorial con instituciones pesadas y tratados interminables, sino una plataforma que conecte a hispanos de todo el mundo —estén donde estén— en proyectos concretos que generen prosperidad real.
Eso es exactamente lo que está haciendo el Parlamento Global Hispano. No nos sentamos a redactar constituciones imaginarias ni a discutir si la bandera debe llevar dos o tres colores. Conectamos personas, empresas y talento en proyectos que funcionan. Y cuando digo que funcionan, no hablo de buenas intenciones: hablo de resultados medibles.
La Fundación Talento Hispano, por ejemplo, ya tiene egresados con nombre y apellidos de la Universidad Distrital José de Caldas de Bogotá que empezarán a trabajar en empresas españolas gracias al trabajo del PGH. Esos jóvenes no necesitaban un tratado de libre circulación ratificado por veinte parlamentos. Necesitaban que alguien conectara su talento con una oportunidad real. Y eso es lo que hicimos.
Ese es el modelo: proyectos concretos, impacto medible, red global. Mientras otros debaten sobre qué nombre ponerle a una institución que no existe, nosotros estamos generando empleo, moviendo capital y construyendo puentes reales entre hispanos de distintos países.
Nostalgia vs. prosperidad
Entiendo que para algunos el proyecto de una Unión Hispana tenga un componente emocional. La nostalgia del imperio, la gloria de los tercios, la reivindicación histórica. Todo eso es legítimo y respetable. Pero la nostalgia no paga sueldos, no genera empleo y no saca a nadie de la pobreza. Y si lo que queremos es que los 600 millones de hispanos tengamos un futuro próspero, entonces necesitamos dejar de mirar al pasado y empezar a construir el futuro.
Como decía Marco Aurelio, la sabiduría está en aceptar lo que no puedes controlar y centrar tu energía en lo que sí puedes transformar. Pelear por símbolos y debatir sobre modelos institucionales que tardarán décadas en materializarse —si es que alguna vez lo hacen— es una pérdida de tiempo. Mucho más útil es construir proyectos reales, generar valor tangible y demostrar con hechos que la cooperación hispana funciona.
El Mundo Hispano ya es una realidad económica: 7 billones de dólares de PIB, 4.500 universidades, 30 millones de estudiantes, una lengua común hablada por 600 millones de personas. No necesitamos inventar nada, solo necesitamos activar lo que ya existe. Y eso no se hace con tratados, se hace con proyectos.
Una invitación y un límite
Las puertas del PGH están abiertas a todos los que quieran trabajar en proyectos concretos que generen prosperidad real para los hispanos. Si tienes ideas, capital, talento o contactos y quieres ponerlos al servicio de algo más grande, aquí tienes tu sitio. Pero si lo que buscas es un club de nostalgia imperial donde debatir indefinidamente sobre banderas, himnos y organigramas institucionales, este no es tu lugar.
Porque el verdadero poder no está en los símbolos, sino en la prosperidad. Y la grandeza del Mundo Hispano no se medirá por cuántas banderas agitemos, sino por el bienestar de sus 600 millones de personas.
El futuro hispano se construye con resultados, no con himnos.




Comentarios